"...Y HUBO HAMBRE". (Sobre un versículo del Libro de Ruth)

 

 

Nota preliminar: Presentamos  la cuarta entrega del estudio que sobre el Libro de Ruth está llevando a cabo el QH.'. Jo Agnós Adelfós, miembro de una Logia de Barquisimeto (Venezuela). En esta ocasión, y comentando un versículo de dicho libro (“... y hubo hambre”), acude al simbolismo de tres arcanos del Tarot para a partir de ellos establecer una serie de analogías y correspondencias con el significado de la palabra “hambre” en hebreo, teniendo en cuenta el valor numérico de las letras que la componen. En realidad, está hablando de la iniciación desde otra perspectiva, pues el “hambre” de que se trata es precisamente la expresión de una necesidad relacionada con la búsqueda, y conquista, de los estados superiores de nuestro ser.

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Jo Agnós Adelfós*


PALABRAS PRELIMINARES

Dando continuidad a la plancha anterior sobre el libro de Ruth, recordamos que se mostró en dicha oportunidad algunos elementos vinculados con “EL TIEMPO” y su representación simbólica.

En la presente desarrollaremos un poco la idea del “ESTADO” representado en la condición de “VACUIDAD” inherente al “HAMBRE EN LA TIERRA” a la que alude el primer versículo del libro que nos ocupa.


2.2.- UN ESTADO. VACUIDAD

La vacuidad es un estado de potencialidad absoluta.

Este segundo elemento en el texto hebreo transliterado expresa wa'yehí ra'áv… ("y hubo hambre").

La expresión “hambre…” es la traducción del término semítico ra'áv… que resulta ser un  sustantivo conformado por las letras resh, ayin y beth. Ahora bien, si tomamos en cuenta el valor numérico de cada una de esas letras en atención a su “posición en el alefato” tenemos que sus correspondencias numéricas son: 20, 16 y 2.

En vista de la arquitectura de las tres letras referidas, la primera y la última se diferencian en la presencia de un trazo horizontal en la beth (ב) que funge como soporte inferior, cual piso y fundamento; mientras que en la resh (ר) pareciera representar algo así como una “escuadra” en el vacío[1]. Ambas coinciden en el trazo inicial pero solo la beth tiene un sustento y fundamento[2].

Ambas coinciden igualmente en que la posición de la primera (resh) en el alefato es el número 20 mientras que la segunda (beth) es el 2. El número 20 y el 2 son lo mismo pero en escalas distintas, el primero es la dualidad “consciente” de aquello que la trasciende, el contraste de los opuestos, que posee como antesala a ese “cero metafísico” que representa el “No-Ser”, y es precisamente de este “No-Ser” de donde surge el vacío al que se aludió al hablar de la “escuadra”, que además es la joya de la Dignidad que corona la jerarquía vertical del Taller [masónico].

Ahora bien, en medio de esas letras se encuentra la ayin (ע) cuya arquitectura es de tanta peculiaridad que solo podríamos calificarla como una “bifurcación”. Cual si fuera un árbol con sendas ramas creciendo en direcciones diferentes, se observa a la pequeña rama de la izquierda (desde la perspectiva del lector) como un apéndice de la otra, constituida esta última por un solo trazo.

En base a lo anterior, veremos cómo dicha arquitectura se vincula profundamente con el simbolismo hermético de los arcanos mayores del libro de Hermes. Es así como las letras quedan transfiguradas en tres figuras correspondientes: el Juicio, la Torre y la Sacerdotisa.

La revisión de estos tres arcanos nos muestra el sentido simbólico de aquello que el “HAMBRE” expresa, además de su importancia en la doctrina de los estados del ser.


2.2.1.- EL “JUICIO”, UNA ESCUADRA EN EL VACÍO

Arcano XX. El Juicio


En la imagen se nos aparece un ser resucitado, erigiéndose desde dentro de una tumba “verde”. El mismo se encuentra de espaldas al observador[3], su sexo es indeterminado a diferencia de los dos seres externos que le contemplan desde afuera, siendo que el de la derecha (desde la perspectiva del lector) es un hombre que deja traslucir su tetilla izquierda, mientras que del lado izquierdo es una dama que deja ver a su vez el seno derecho en dirección al observador. Ambos pechos se complementan en la androginia que se nos sugiere a través de la tríada y en relación con el “resucitado”; cuyo sexo -en virtud de su posición, figura y pose en la imagen[4]- es indeterminado.

En la escena inferior de la imagen encontramos la representación a su vez de 3 mundos, dos de ellos corresponden a la naturaleza: los vivos y los muertos. Mientras que el tercer mundo es sobrenatural: el resucitado.

Por encima de dicha escena se halla un Gran Ángel tocando una trompeta, el mismo surge en medio de una figura que sugiere un “estruendo celeste”. Esa entidad superior señala a su vez un banderín blanco que posee una cruz amarilla[5]. Esos dos colores y el símbolo señalado deben llevarnos a reflexionar profundamente, ya que solo el ser resucitado contempla el banderín mientras que los otros dos le contemplan a él.

Esta entidad es el 7mo Ángel referido por San Juan en un versículo de suma importancia, contenido en el Apocalipsis, de la siguiente manera:

Apocalipsis, 10:7

λλ ν τας µέραις τς ϕωνς το βδόµου γγέλου ταν µέλλ σαλπίζειν κα τελεσθ τ µυστήριον το ϑεο ς εηγγέλισεν τος αυτο δούλοις τος προφήταις.  

Al’lá en táis hêmérais tês phônês tû ebdómu angélu hótan mél’lê salpítsein kái telesthê tó mystêrion tû theû hôs euêngélisen tóis heautû túlois tóis prophêtais.

Pero en los días del sonido (vibración) del séptimo ángel, cuando (este) deba tocar la trompeta[6], también el misterio[7] (doctrina secreta) de Dios se cumplirá[8] como lo evangelizó a sus propios siervos: los profetas.

(Las expresiones entre paréntesis muestran segundos significados e igualmente otras posibilidades de traducción que resultarían de suma importancia). 

Este versículo precede a otros tres que no son menos relevantes, los cuales están referidos a la obtención de un libro por parte del profeta, cogido de las manos de un ángel, erigido sobre la tierra y el mar[9]. Una vez que es tomado dicho libro, es devorado, manifestándose un “dulzor como la miel” en la boca y un vientre que se amarga, cuyas referencias están plenas de elementos simbólicos[10].

 

2.2.2.- LA “SACERDOTISA”

Arcano II. La Sacerdotisa

Según el orden que venimos llevando, debería tratarse en este apartado de la carta de la “Torre”; sin embargo, se aborda la correspondiente a la tercera letra, tomando en consideración que el segundo arcano se debate entra la primera y la última carta.

En este sentido, se trata de la sacerdotisa coronada, que enseña y oculta a la vez. 

Los niveles de su corona, el velo que surge cubriendo su anatomía superior, así como el que se encuentra detrás de ella, constituyen la jerarquía iniciática de la cual es representante, conforma la “tradición” propiamente.

La tradición viaja más allá del devenir y por encima de toda latitud, adquiere formas diversas, se expresa mediante lenguas sagradas disímiles en apariencia, enseña a través de los símbolos, textos, mitos, ritos, ceremonias, praxis. He allí el libro abierto sobre sus piernas del cual puede leer todo aquel que ha sido llamado por la serena mirada de esa dama que recibe múltiples formas y nombres: Diosa, Madre, Viuda.

Ese libro es puesto a disposición para ser devorado ulteriormente, sus dos sabores “dulce” y “amargo” evidencian la iniciación propiamente.

 

2.2.3.- LA “TORRE”

Arcano XVI. La Torre (La Casa de Dios)

Ahora, retornamos a la segunda imagen y letra. Como se dijo antes, la segunda letra es como un árbol que se bifurca en dos direcciones, una de sus ramas tiende hacia el JUICIO y la otra se despliega en dirección a LA SACERDOTISA. Aquí estamos ante un umbral terrible, devorar o no devorar el libro, enfrentar el sabor, degustar o quedarnos en la simple lectura.

He allí la catástrofe de esta carta, una torre en su verticalidad, con los 3 ventanales del tiempo que indicamos al hablar de las 3 posiciones diurnas del Sol en el primer elemento de la tríada.

Esa arquitectura incólume no se inmuta frente a la llamarada superior que ingresa desde la cúspide y levanta el capitel, que sin embargo no cae.

Los dos individuos al pie de la torre, a primera vista, pareciera que se han derrumbado por el siniestro, pero el que realmente cae es aquel cuyo cuerpo se observa totalmente en la imagen; mientras tanto, el otro individuo se encuentra detrás de la torre, detrás de la columna, oculto, recogiendo con avidez lo que desciende como producto del impacto de la llamarada.

Ese segundo hombre se encuentra cosechando.

El mito de la “Torre de Babel” que según un punto de vista explica el origen de la diversidad de lenguas y la dispersión de la humanidad ensoberbecida en sus estados primigenios, nos muestra igualmente que la vía de ascenso consiste en la cosecha oportuna al amparo de la torre; que toda catástrofe traduce el descenso de la llamarada para que el fuego sea disponible.

El punto superior de la torre, ese espacio entre el capitel que se levanta y la cúspide de la torre, constituye el punto donde impacta el fuego. Allí se observa la rectitud del cuadrado en la torre y el círculo inferior del capitel levantado, sugiriendo un simbolismo arquitectónico de gran relevancia: la cuadratura del círculo.

Así pues, la bifurcación mencionada, es el debate que tiene lugar en el seno de la condición humana. El hombre se encuentra entre el círculo y el cuadrado, vapuleado entre uno y otro extremo, sin poder conjugar ambas figuras. Se encuentra entre la vibración de la trompeta del Ángel y el discurso contenido en el texto que sostiene la tradición. Se queda leyendo el texto sin poder devorarlo y sin preguntarse qué hay más allá de los velos.

En medio de esa “tragedia” que es precisamente la confrontación de dos extremos terribles y necesarios, está el hombre que se pregunta por su origen y su destino, sin respuesta racional alguna que llegue a satisfacerlo en su fuero más interno, buscando emprender el camino de retorno, a través de esa vacuidad, permanentemente hambriento.




* Esta expresión es la transliteración de una expresión Griega que se traduce como “El Hermano Des-conocido”. Quien escribe esta plancha fue bautizado muy apropiadamente con este nombre por pequeños sobrinos. Tiene gran significación, pues su búsqueda espiritual y objetivo es la de conocerse a “sí mismo”. Su estado es precisamente el de “des-conocido”; la legión, arriba referida, sabe de él tanto como él mismo: nada. En medio del fragor de la batalla todo es confusión. Solo Moisés, Aarón y Hur distinguen bien entre Israel y Amalec, desde la cumbre del collado.

[1] Una escuadra sin utilidad aparente a falta de la sustancia que se preste a ser medida con ella.

[2] No en vano, Beth es la primera letra del primer libro de la Toráh.

[3] En la carta se observa “al Resucitado” de espaldas al observador y, a su vez, la pareja que está fuera de la tumba, se encuentra de espaldas al Ángel que suena la trompeta. El simbolismo de la figura infantil del “Ángel de la guarda” se hace patente en esta carta, considerando además que es precisamente el Arcángel Gabriel el que, según la arquitectura de la Cábala Cristiana, se encuentra “detrás”, pues él es el guardián de Occidente, lo cual coincide con uno de los cargos más importantes del Taller [masónico], cuya gran importancia suele pasar desapercibida. 

[4] Su posición, central; su figura, andrógina.

[5] El fondo blanco del banderín y la cruz amarilla constituyen a su vez el simbolismo lunar y solar, respectivamente. El primero como potencialidad indeterminada propia del “eterno femenino” y el caos; el segundo, que constituye la determinación primera, el Ser, a partir del cual tiene lugar el despliegue del orden universal en las direcciones y dimensiones del espacio que la cruz expresa.

[6] La trompeta es un instrumento de gran peculiaridad: es de “viento” lo que además de conectar con el viaje correspondiente de la “senda estrecha”, también nos conecta con las “ventanas” inherentes a la estructura sagrada. En el mismo tenor, la arquitectura de dicho instrumento resulta interesante: la boquilla de la trompeta es como un centro, por donde el ángel impele el aire, que viaja a través de la vertical representada en el cuerpo del instrumento, para llegar finalmente al pabellón de la trompeta, que es a su vez una reproducción de la circunferencia.

[7] El sustantivo mystêrion (misterio, doctrina secreta, sacra-mento, arcano, etc) se vincula con términos como el sustantivo mythos (mito) y el verbo myô (cerrar, cerrarse). Todas estas expresiones y otras análogas cuyas dos letras iniciales conforman la sílaba My que en su fonética simula el “mugido de la vaca”, lo que es de suma importancia a las luces del simbolismo astrológico.

[8] El verbo teléô del cual telesthê es la conjugación en aoristo pasivo 3ra p. del sing., evidencia lo que habrá de cumplirse ciertamente, pero igualmente, dicho verbo contiene en sí la noción de “ser iniciado en los misterios”.

[9] Sobre este pasaje, véase el trabajo del QH.'. Francisco Ariza titulado "La Sabiduría como alimento" en: https://franciscoariza.blogspot.com/2022/06/la-sabiduria-como-alimento-del-alma.html

[10] La ingesta del libro y su procedencia evidencia una comunión poco común. El conocimiento que se procura con la iniciación no hace referencia al de tipo “erudito o académico” que se acostumbra en el mundo profano, sino a otro que debe ser integrado y “en-carnado”. Esos ámbitos donde se posa el ángel y los sabores opuestos que el libro genera en el profeta, nos recuerdan aspectos importantes del momento previo a la recepción de la luz masónica. En el mismo orden, no es extraño que en tradiciones de otras latitudes sea empleado el símil del “sabor” o del “gusto” para hacer referencia al conocimiento iniciático efectivo, más allá de todo discurso. Solo es posible degustarlo una vez que se ha llegado al estado de poder devorarlo y digerirlo.


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